Amigas y amigos: nuevamente agradezco su amable y generosa audiencia. Hablemos hoy de la dictadura del machismo.
Por: Eduardo Fierro Manrique
Desde los albores de la humanidad, luego de superados los primeros estadios de la barbarie, el eje de la familia estuvo en cabeza de la mujer. Recordemos cómo mientras eran trashumantes (como cazadores – recolectores) no se advierte esa preponderancia. Pero cuando la mujer entra a dirigir ese hogar primitivo, es tal su poder que ante los inexplicables y terribles fenómenos atmosféricos, como la tempestad, el trueno y el rayo, creen inicialmente los primitivos que se trataría de una “diosa”; pero mucho más adelante, en el curso de los siglos, cuando el ser humano evoluciona al punto de desarrollar una incipiente inteligencia (entre los años 60.000 y 30.000 antes de nuestra era) y se va volviendo sedentario (lo cual, creen algunos estudiosos ocurrió definitivamente con la revolución de la agricultura, hacia el año 10.000 a.c.), previo a la edad de hierro), el varón retoma el poder determinante en la familia, para no cederlo nunca más.
Las mayores habilidades desarrolladas y posteriormente el factor económico, determinaron – en última instancia – el poder y sus excesos en cabeza del varón. En efecto, es así como el ejercicio de la potestad paterna no siempre ha estado exento de excesos, arbitrariedades o abusos. El ingrediente cultural ha incidido de manera notoria en la mayor o menor extralimitación del varón como “jefe del hogar”. Pero seguramente no es el único factor, como queda enunciado.
Cómo se proyecta el denominado “machismo”?
En verdad no es solamente su dominio en relación con su compañera, sino también con los hijos. Desde la crianza se inicia un proceso discriminatorio, el cual va incidiendo a nivel sicológico en la mentalidad del varón y la mujer. (desde la misma escogencia de juguetes, y vestidos y trato).
Recordemos, por ejemplo, cómo era de determinante el dominio del varón en la antigua Roma: la figura del “pater Familias” (o padre de familia), que ejercía autoridad en todos los aspectos de la casa, siempre era un hombre, el titular de todos los nexos que comprometían a los miembros del grupo familiar. Incluso el marido somete y subyuga a su mujer. Era el jefe absoluto, disponía de la madre y los hijos como si fuesen cosas de su propiedad.
Una mujer no podía ser cabeza de familia. Este poder absoluto de la “patria potestad” fue limitándose, con el correr de los siglos.
Pues bien:
Como no se pretende un análisis exhaustivo de orden histórico-sociológico, conformémonos por ahora con señalar cómo ya en el siglo XIX, tres (3) escritoras – en procura de escapar del menor valor o menor reconocimiento a que el machismo las condenaba por el simple hecho de ser mujeres – optaron por seudónimos “masculinos”, como se indica a continuación.
FernánCaballero (Cecilia Böhl de Faber).
Nacida en Morges, Suiza, en 1.796. Falleció en Sevilla, España, en 1.877.
Sus obras más destacadas fueron: “La Gaviotá”, “Clemencia”, “La Familia Alvarado”, “Cuadros de Costumbres Populares Andaluzas”.
GeorgeSand (Aurore Dupin).
Nacida en Paris, en 1.804. Falleció en Nohaut Francia, en 1.876.
Sus obras principales: “Lélia”, “Consuelo”, “El Pantano del Diablo”, “Francois le Champi”.
Famosas son sus relaciones sentimentales con Musset y Chopin.
GeorgeEliot (Mary Ann Evans).
Nació en Londres, en 1.819, y allí mismo falleció en 1.880.
En sus novelas realistas trató la vida rural y provinciana inglesa.
Sus obras más conocidas son: “Adam Bede”, “El Molino junto al Floss”, “Silas Marner”.
A esos extremos ha conducido la dictadura del machismo: a que prestigiosas y valiosas mujeres hubiesen tenido que enmascararse tras la mampara del seudónimo.
Diríamos, finalmente, que tampoco resulta de recibo el otro extremo: el feminismo a ultranza, ese que hasta en el lenguaje pretende hallar formas propias y exclusivas para la mujer, respecto incluso de términos considerados neutros.
Hasta llegar a la exigencia de porcentajes de participación obligatoria en los puestos públicos.
Eso no parece dignificar a la mujer, como es debido, pues ellas han evolucionado tanto que han demostrado – en todos los campos – que son tan inteligentes y capaces como el varón. Y en algunos casos hasta más.
De manera que pensamos cómo lo que más dignifica a la mujer no es mendigar cuotas de participación, sino exigir la garantía de que pueda ejercer sus capacidades y competencias en igualdad de condiciones con el varón.
Llegó la hora de respetar y dignificar a la mujer, como es debido, sin incurrir en insustanciales e infundados fanatismos.